El poliamor, la próxima revolución sexual se acerca

La monogamia tiene los días contados… o los años. En realidad, este modelo de relación no desaparecerá porque para millones de personas seguirá siendo el ideal para alcanzar la felicidad. Pero un número creciente de hombres y mujeres han encontrado la plenitud en otras combinaciones, si no nuevas, al menos infrecuentes en el mundo occidental.

Familias de dos hombres y una mujer –con o sin hijos—o dos mujeres y un hombre; uniones abiertas a intercambios sexuales con terceros o cuartos… y todo de mutuo acuerdo. Infinitas configuraciones, en fin, tantas como la imaginación y el amor sean capaces de concebir. El poliamor (polyamory, en inglés) desafía no solo las costumbres más arraigadas de la tradición cristiana, sino también viejas teorías sobre la evolución humana.

¿Qué es (y no es) el poliamor? 

A primera vista parece la excusa perfecta para la infidelidad, o un pasaje para una existencia de orgías, construida solo sobre el (incontenible) apetito sexual. Puros prejuicios. La verdad de las parejas poliamorosas prolifera en otro lado.

La condición esencial para estos amantes no convencionales es la conformidad. Los psicólogos hablan de negociación de los términos de la relación, en particular en las generaciones más jóvenes: ¿monogamia tradicional? ¿Una apertura a experiencias fugaces con terceras personas? ¿La convivencia duradera entre varias?

La clave para el éxito de estas versiones del amor radica en la honestidad y la comunicación. Como humanos al fin, los poliamorosos no escapan de los celos. Sin embargo, las condiciones del poliamor los estimulan a trascender sentimientos egoístas y consagrarse a la felicidad común. No siempre lo consiguen, claro.

La monogamia bajo la lupa

La tradición judeocristiana y la teoría de la evolución de Charles Darwin coinciden en un punto: el valor de la monogamia como estado natural de las relaciones entre hombres y mujeres. Esa idea se ha enraizado en el sentido común con términos como “la media naranja” y en las leyes con la definición monógama y heterosexual del matrimonio.

Sin embargo, estudios recientes han refrescado la polémica en torno a la evolución de la sexualidad humana. De acuerdo con el psicólogo estadounidense Christopher Ryan, antes del surgimiento de la agricultura –hace unos 10.000 años—nuestros ancestros vivían en pequeñas comunidades de cazadores y recolectores, donde la promiscuidad constituía la norma.

Las relaciones sexuales no podían ser excluyentes en grupos donde regía el llamado «igualitarismo feroz”. Aquel primitivo poliamor fortalecía los lazos dentro del clan. La crianza de los niños, por ejemplo, se compartía entre los integrantes de la comunidad, que solo podía sobrevivir a un entorno hostil gracias a esa estrecha unión.

Aun hoy muchas tribus aisladas del Amazonas conservan una especie de paternidad divisible, o sea, los hijos se engendran producto de la relación de la madre con varios hombres. Luego del nacimiento, los padres reconocen en conjunto su responsabilidad ante la criatura. Aunque biológicamente el bebé solo porte los genes de uno de ellos, estos pueblos ven en la procreación una obra colectiva.

En Estados Unidos el cinco por ciento de las parejas se define como “no monógama”, mientras en el Reino Unido poco menos de un tercio de las heterosexuales ha pactado un tipo de relación no convencional. No existen estadísticas reales sobre el poliamor, porque la mayoría de sus practicantes prefiere la discreción para evitar la censura social.

El derecho a la felicidad

El poliamor aún dista de transformarse en un fenómeno masivo. En países como el Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y México, crece como una tendencia entre los jóvenes profesionales urbanos de clase media. Su auge coincide con la crisis bastante generalizada del matrimonio más tradicional y la familia nuclear.

En una charla en TED, Christopher Ryan aclaró que no pretendía pelearse con nadie, sino demostrar la obsolescencia de un viejo concepto de la sexualidad humana. La monogamia se ha traducido históricamente en dominio del hombre sobre la mujer, represión de los sentimientos y ataduras legales ajenas a la justificación primera de la vida en pareja: el amor.

Los poliamorosos, al igual que los homosexuales y otros grupos diferentes a la “normalidad” heterosexual y monógama, defienden su derecho a vivir como la felicidad les dicte, bajo las mismas condiciones que los demás ciudadanos. Ese reclamo, grávido de tolerancia, no amenaza el futuro de la humanidad.

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