¿Los padres deberían trabajar menos?

Estamos al borde de una rebelión de padres. Durante siglos los hombres han trabajado duro para cumplir su papel de proveedores de la familia, pero esa tradición podría cambiar radicalmente en las próximas décadas. Los jóvenes que engrosan el mercado laboral en estos días parecen más interesados por alcanzar un equilibrio entre la vida profesional y el tiempo en casa.

Las nuevas generaciones de padres no huyen del esfuerzo. Sin embargo, prefieren participar en la crianza de sus hijos en mayor medida. Ante ese deseo, sustentado por las posibilidades que ofrece la tecnología para el teletrabajo, la asistencia obligatoria a la oficina, los empleos a tiempo completo y las horas extras van perdiendo su atractivo.

No obstante, la división del trabajo que ha forjado a las sociedades modernas en los últimos dos siglos no se desvanecerá de la noche a la mañana. Si bien países como Alemania han experimentado ya cambios profundos que favorecen la presencia de los hombres en el hogar, en Estados Unidos, por ejemplo, la flexibilidad laboral aún luce como un camino sembrado de trampas.

Del buró al hogar

En Alemania ha comenzado una verdadera revolución cultural, que transformará la economía y las familias. De acuerdo con un estudio citado por el semanario Der Spiegel, el 91 por ciento de los padres germanos quieren dedicar más tiempo a sus familias durante la semana. Tras una reforma de la licencia de paternidad, introducida por la gobernante Unión Demócrata Cristiana (CDU) en 2007, el número de padres que decidieron pasar unos meses con sus hijos recién nacidos subió a un récord de 27 por ciento.

Investigaciones realizadas en ese país europeo han demostrado que el balance entre el desempeño profesional y la vida privada incrementa de manera notable la motivación y la lealtad de los empleados, reporta Der Spiegel. Los departamentos de recursos humanos han establecido nuevos mecanismos para flexibilizar los horarios, como respuesta a la demanda creciente de los padres, que no desean perderse actividades escolares de sus hijos o, simplemente, quieren pasar tiempo con ellos.

No obstante, estas nuevas ideas han encontrado cierta resistencia en la vieja cultura del trabajo, que iguala la presencia y el cumplimiento de un horario rígido al rendimiento. Además, para las pequeñas empresas resulta difícil reducir las horas u otorgar una licencia a sus empleados clave, sobre todo en posiciones que requieren un alto nivel de especialización.

A pesar de los obstáculos previsibles, Alemania ha apostado por la renovación. La nueva coalición de gobierno, dirigida por la canciller Ángela Merkel, ha hecho un llamado por mejorar las condiciones de trabajo, con el objetivo de permitir a madres y padres un balance justo entre sus deberes familiares y profesionales.

Flexibilidad laboral en terreno minado

Alrededor del 80 por ciento de los empleadores estadounidenses –en empresas con más de 50 trabajadores—ofrecen cierta flexibilidad laboral a algunos de sus asalariados. Sin embargo, menos de un tercio de los empleados aprovechan estas oportunidades. ¿Cuál es el motivo de tan desconcertante paradoja?

“Los empleados con frecuencia terminan siendo castigados en las evaluaciones de rendimiento, los aumentos de salario y las promociones cuando trabajan de manera flexible”, señalan Erin L. Kelly y Phyllis Moen, profesoras de sociología en la Universidad de Minnesota. “Como resultado, las personas se aferran a patrones tradicionales de trabajo y algunos se acogen a la flexibilidad discretamente, ocultando sus agendas y horarios fuera de la oficina a todos, menos a sus colegas cercanos y a sus managers”, explican las investigadoras en un artículo publicado por The Huffington Post.

A juicio de Kelly y Moen, la raíz del problema es similar al origen de la resistencias en Alemania, o sea, “rígidas convenciones laborales según las cuales el trabajo debe ocurrir en determinados lugares y momentos, y que por error miden la productividad por el número de horas que el empleado permaneció en su puesto.”

Pero ese sistema hace feliz a muy pocos en Estados Unidos. De acuerdo con el informe “Time and Workplace Flexibility”, publicado por el Instituto de las Familias y el Trabajo en 2010, el 75 por ciento de los padres y las madres no podían dedicar tiempo suficiente a sus hijos, un incremento notable con respecto a mediciones efectuadas en 1992 y 2002. Ese mismo estudio reveló que seis de cada diez estadounidenses se quejaban porque tampoco podían compartir con sus parejas el tiempo deseado.

La cuestión de la flexibilidad laboral se ha mantenido como un tema candente en el país norteamericano durante los últimos años. De un lado, los partidarios de convenciones menos estrictas argumentan que estas facilidades incrementan la motivación y la productividad de los profesionales; en el bando opuesto, expertos en recursos humanos afirman que el trabajo fuera de la oficina atenta contra la innovación.

Detrás de este debate técnico sobre la gestión de la fuerza de trabajo, los hombres estadounidenses se mueven en una cultura machista, donde las agendas recargadas se han convertido en sinónimo de éxito.

La leyenda del macho americano

¿Tomar una licencia para permanecer una temporada con los niños o reducir las horas con el fin de estar más tiempo en casa? No way! Así piensa la mayoría de los hombres estadounidenses de clase media y alta. Este modo de entender el equilibrio trabajo-familia se remonta a la ética protestante del siglo XVII, apunta Joan C. Williams, profesora de derecho en la Universidad de California. “El trabajo era considerado como un ‘llamado’ para servir a Dios y a la sociedad”, recuerda en un artículo publicado por la Harvard Business Review.

Los estadounidenses viven entonces presos de un tipo particular de machismo, que los obliga a trabajar más de 50 horas a la semana, no dormir, permanecer en la oficina aunque no haya tareas urgentes, desbordar la agenda porque ser un hombre ocupado es sinónimo de estatus social. Luego, esos “héroes” exhiben su extrema fatiga como símbolo de virilidad y compromiso.

Esa consagración ha impedido que las mujeres alcancen puestos de mayor responsabilidad en el mundo empresarial estadounidense. La proporción de mujeres en empleos de altos ejecutivos se ha mantenido en torno a 14 por ciento en la última década. Ellas no pueden competir con sus colegas hombres, pues aceptar jornadas de 50 horas equivaldría a desatender a su familia.

Se trata entonces de una cuestión de identidad masculina, señala Williams. “En una cultura que confunde el heroísmo viril con las largas horas (de trabajo), tomará más que un par de regresiones para convencerlos de que, después de todo, no era necesario que el trabajo los devorara”, sostiene la académica.

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